martes, 10 de junio de 2014

Indagado.



Ayer por la tarde, a lo largo de 6 horas aproximadamente, con cuartos intermedios varios, el Vicepresidente, Amado Boudou, fue indagado por el juez Ariel Lijo.
Fue en el marco de la causa por la ex Ciccone Calcográfica, en la cual Lijo y el fiscal Jorge Di Lello, lo acusan – ambos, pese a que es potestad de la fiscalía y no del juez en un Estado de Derecho, pero el poco usual escrito del segundo justificando la indagatoria, muestra su voluntad acusadora y casi de prejuzgamiento- de negociaciones incompatibles con la función pública, o al menos, esa es la hipótesis por la cual lo llamaron a declarar en calidad de imputado.
Mientras el fiscal y el juez plantean su hipótesis, reformulada varias veces por lo que los Ciccone pasaron de ser testigos a querellantes y luego imputados, y siempre partiendo de un inicio exclusivamente mediático de la causa – recuérdese que todo esto inició con el grupo Clarín diciendo que Laura Muñoz, ex esposa de Alejandro Vanderbroele, había asegurado que este último era testaferro de Boudou en la compra de la Compañía Sudamericana de Valores, antiguamente Ciccone Calcográfica, cuando Muñoz no sólo nunca dijo eso ante los micrófonos de los multimedios, sino que tampoco lo dijo en su declaración judicial; la que consta en el expediente-, la defensa del Vicepresidente apunta a exponer las incongruencias entre el relato de Lijo, un juez que cabe recordar es el cuñado de Gabriel Cavallo, abogado de Ernestina Herrera de Noble, y lo que consta como elementos probatorios en el expediente.
Fue esto último, lo que hizo Boudou ayer en su declaración, que Lijo no permitió transmitir en vivo negando la posibilidad de transparentar todo el procedimiento, pero que el primero se encargó de difundir en su traducción escrita.
Desde luego, Boudou negó todas las acusaciones, respondió todas las preguntas y dio detalles que colaboran a exponer las incoherencias que hacen  que el relato acusatorio no cierre por ningún lado y no concuerde con la carga probatoria del expediente; carga que incluye testimonios como el de Muñoz y el ex empleado del Ministerio de Economía, José Guillermo Capdevilla – ese que ahora dice que se siente amenazado pero todo el mundo parece poder encontrarlo para hacerle una nota-, que fortalecen la pretensión de ausencia de delito.
A tal punto, el expediente no tiene nada que ver con el relato del juez - el mismo que el de los opositores: Clarín; La Nación; Infobae; y Perfil, medios que a diferencia del resto de los mortales sí tienen acceso a toda la causa y anticipan con el noble arte de la adivinación las definiciones de Lijo-, que la investigación no ha probado al día de hoy, el supuesto del conocimiento entre Boudou y Vanderbroele – recuérdese que ambos dicen que no se conocen y no hay una sola prueba que los desmienta a la fecha-.
Utilizando el noble arte de la adivinación que pedimos prestado a los multimedios opositores por un ratito, podemos anticipar que la causa va a seguir con el procesamiento de Boudou – algo que el mismo ha dicho y que cae de maduro dado que no hay razón para pensar que Lijo no va a seguir obrando como hasta ahora, sin considerar la carga probatoria-, y en paralelo continuará el show de condena mediática que lleva horas y horas de televisión; ríos de tinta; y casi unas 200 tapas de Clarín.
Dicho esto, cabe recalcarse como una muestra más de donde reside el poder, el hecho, y diría casi la única certeza que arroja la causa: Que su totalidad en esta etapa de instrucción, está vedada para todo aquel que no sea Clarín; La Nación; Infobae; o Perfil.
Y más allá de esto, considerando la gira de todos los opositores con cargos institucionales por los distintos medios a fin de aportar en el discurso demonizador y condenatorio del Vicepresidente, sugiriendo su licencia; renuncia; o juicio político, lo que se vuelve a poner de manifiesto es la incapacidad, no sólo de elevar el nivel de debate y escapar a la agenda mediática, sino también de escapar a la idea de la judicialización de la política como elemento exclusivo para confrontar.
Tras 11 años de kirchnerismo, el piso del debate político, cuando este no logra elevarlo o no aparece alguna de esas honrosísimas excepciones opositoras, continúa estando en el decimocuarto subsuelo; lugar donde se parte de la negación del otro y las cuestiones de fe, la discusión de ideas y proyectos es inexistente.
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